Aceras manchadas
de sangre.
Pregunta en el aire.
Silencio.
Tintineo de moneda.
Tus ojos cayendo sobre los míos.
Las alas de cien cuervos
se posan en el tendido eléctrico.
No abandones la noche de tus ojos,
los pozos acenagados que ayer no temíamos.
Desaliento de mayo,
palabra que me robas, solo, amor,
solo lo que no te he escrito
queda palpitando.
Trota un potro herido.
Rasgada la piel de seda
la espera es un abrigo gris.
Cae la noche y la luna se llena
de sábanas ásperas, sábanas sucias.
Faltan los lobos.
Hace cien infancias, amor, que...
la penumbra se extiende
como un vertido de petróleo
-nos llega por el cuello-
como un trapo oscuro,
como un trapo roto.
Un agujero deja ver el marfil de un colmillo.
¿Dónde estás?
Nadie aúlla.
Temo no verte pulir cristales de hielo,
que le entregues tu aliento al frío,
que olvides guardarlo en las grietas de tus labios.
No olvides, amor,
no olvides que nuestras bocas
son heridas que supuran juntas.
La gota que colma el vaso siempre fue una lágrima
y no el sudor,
pero en noches como esta...
Seguimos vivos.
Aún podemos ruborizarnos.
La nieve,
último lecho de una mentira
que permanece callada.
Despecho,
último aliento de un cisne,
palabras que no alcanzan a los labios.
No pronuncies
mi nombre saboreando la ausencia,
tibio como una excusa.
Que es cierto que marcharse
siempre deja un gusto amargo.
Pero esta nunca fue nuestra tierra.
Señales de humo
Tu perfil se recorta contra la ventanilla.
El hambre en tu mirada de lobo revela
que la piel ajena es inhóspita,
por mucho que digamos lo contrario,
que la mente ajena es mordiente,
por mucho que le rindamos homenaje,
que sólo, a veces, un corazón ajeno nos auspicia.
de sangre.
Pregunta en el aire.
Silencio.
Tintineo de moneda.
Tus ojos cayendo sobre los míos.
Las alas de cien cuervos
se posan en el tendido eléctrico.
No abandones la noche de tus ojos,
los pozos acenagados que ayer no temíamos.
Desaliento de mayo,
palabra que me robas, solo, amor,
solo lo que no te he escrito
queda palpitando.
Trota un potro herido.
Rasgada la piel de seda
la espera es un abrigo gris.
Cae la noche y la luna se llena
de sábanas ásperas, sábanas sucias.
Faltan los lobos.
Hace cien infancias, amor, que...
la penumbra se extiende
como un vertido de petróleo
-nos llega por el cuello-
como un trapo oscuro,
como un trapo roto.
Un agujero deja ver el marfil de un colmillo.
¿Dónde estás?
Nadie aúlla.
Temo no verte pulir cristales de hielo,
que le entregues tu aliento al frío,
que olvides guardarlo en las grietas de tus labios.
No olvides, amor,
no olvides que nuestras bocas
son heridas que supuran juntas.
La gota que colma el vaso siempre fue una lágrima
y no el sudor,
pero en noches como esta...
Seguimos vivos.
Aún podemos ruborizarnos.
La nieve,
último lecho de una mentira
que permanece callada.
Despecho,
último aliento de un cisne,
palabras que no alcanzan a los labios.
No pronuncies
mi nombre saboreando la ausencia,
tibio como una excusa.
Que es cierto que marcharse
siempre deja un gusto amargo.
Pero esta nunca fue nuestra tierra.
Señales de humo
Tu perfil se recorta contra la ventanilla.
El hambre en tu mirada de lobo revela
que la piel ajena es inhóspita,
por mucho que digamos lo contrario,
que la mente ajena es mordiente,
por mucho que le rindamos homenaje,
que sólo, a veces, un corazón ajeno nos auspicia.
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