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Cómo besar al que se rinde.

Algunos días regresa mi ausencia total de esperanza
de uno de esos viajes suyos que benditos sean
y excava un hueco en el aire,
se sienta callada a mi lado
con su boca torcida de arpía
y bajo el cielo que sonríe me ahogo
mientras con su boca húmeda me lame.

Cuando despierto en la cama
tendida, desnuda a su lado
está mi corazón ahorcado en la lámpara
del techo,
y como una conducta recurrente,
como un oscuro y bajo vicio
trato de acordarme de tu cara
después de bañarte en mi saliva.

Te he echado tanto de menos
que casi me olvido de
transcribir la noche en tus labios,
de hablar el idioma de los ciegos
por tu piel tibia
esperando otra vez esa mirada
que eclipsa cualquier derrota
y la hace sedosa incluso,
tierna y nostálgica como la mano de un niño,
como un beso en la frente
por parte del suelo.

Las puntas de tu pelo señalan
los caminos que he rechazado
los miles de cauces que buscan
el brillo oscuro de un rubí
de sangre que palpita
mientras nuestros cuerpos tararean
la misma canción,


como si las derrotas fueran solo eso,
un instante,
como si en el transcurso la caída
no fuera un vacío eterno que todo lo engulle.

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